Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Area de Jóvenes: Ejercicios Espirituales 2003-04

 

1. Me tomo mi tiempo para entrar en la oración

 

· Cuido lo exterior: lugar, postura, silencio...

 

· Cuido lo interior: serenarse, reconducir la atención, percibir los sentimientos del momento, despertar los deseos, abandonar mis tentativas de controlar la oración...

 

· Comenzando... en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

 

2. Pasos en la oración

 

· Esta historia... Habla Hanna, una seguidora de Jesús

 

-iTenéis ojos y no veis! Más de una vez he escuchado este reproche de los labios de Jesús. Le parece inverosímil que los que le acompañamos no seamos capaces de damos cuenta de cosas que él advierte, o de mirar personas y situaciones como él las mira.

Desde el primer momento me llamó la atención en él su asombrosa capacidad de atención y observación. Da la impre­sión de ir por la vida sin doctrinas, saberes o ideas adquiridas, y que toda su sabiduría la va extrayendo de la vida misma, del comportamiento, gestos o actitudes de las personas con las que se va encontrando, y que la naturaleza o las conductas huma­nas más triviales le van revelando lo que el Padre quiere de­cirle a través de ellas.

Algo que me sorprendió desde el principio fue cómo dirige preferentemente su atención hacia personas, grupos o situa­ciones que habitualmente pasan inadvertidas para nosotros, bien porque las consideramos insignificantes o porque nos re­sultan merecedoras de desaprobación o distanciamiento.

 

Sin que él se dé cuenta (¿o sí se da?), yo me fijo en cómo ob­serva silenciosamente a las personas que se le acercan, como si las envolviera en un respeto y una discreción que revelan una aceptación sin límites y, cuando se alejan de él, aunque sean ellas las que se marchan sanadas, perdonadas o rehechas, se diría que es él mismo quien se ha enriquecido con esos encuentros, y que gracias a ellos ha crecido en él una sabiduría nueva.

Juega con los niños, les cuenta historias, les hace reír y, cuando se van a regañadientes de la mano de sus madres, co­menta: El Reino es de quienes se hacen como ellos... (Mc 10,14). Se sienta a la mesa con la peor gentuza y luego declara tran­quilamente, indignando a fariseos y escribas: Os van a preceder en el Reino de los cielos (Mt 21,31).

Cuando vio un día que una viuda pobre echaba en el cepi­llo del templo las dos moneditas que constituían todo su sus­tento (nosotros, por supuesto, ni siquiera la habíamos mirado...), nos dijo: “Mirad, ella ha comprendido que la vida vale más que el alimento y que el vestido. A partir de ahora, su existencia en­tera está a cargo del cuidado del Padre y, al que se despreocu­pa de lo suyo, Él le da por añadidura todo lo demás.”

En cambio, cuando se le acerca gente marcada por la pre­potencia y soberbia que nacen de la codicia por el dinero, por debajo de sus reacciones de indignación yo presiento una in­mensa compasión, como si viera en todo ello las consecuen­cias de una fiebre que los posee y deshumaniza. y un día co­mentó con tristeza: “Los que se apoyan en todo eso creen que están asegu­rando sus vidas sobre roca, pero bajo sus pies no hay más que arena”

 

Yo he ido dando vueltas en el corazón a sus palabras y ac­titudes (dicen que era eso lo que él más admira de su madre...) y creo que son como cuentas de un collar ensartadas por un único hilo: una inclinación espontánea hacia todos los des­provistos de cualquier tipo de suficiencia o de pretensiones de superioridad, poder o apoyo en sus propios méritos. No ocul­ta nunca su afecto ni su preferencia por toda esa gente que ca­mina por la vida despojada de cualquier máscara, sin ocultar su desvalimiento, su vacío o sus carencias. A todos ellos les comunica con su mirada, sus gestos o sus palabras una seguridad que parece habitarle: la de que, sea el que sea el peso que los mantiene encorvados o agobiados, él está ahí para compartir su carga y para darles la buena noticia de que esa pobreza que les cierra todas las posibilidades, es precisamente la llave que abre para ellos, de par en par, las puertas de la casa y del corazón del Padre.

 

· Es mi historia... Habla Ana, una discípula de hoy

 

Escuché una vez estas palabras a Jean Vanier, fundador de las comunidades de El Arca que acogen a personas con minusva­lías psíquicas: «Todos nacemos débiles y morimos más débiles, pe­ro durante el resto de la vida nos empeñamos en disimular lo débiles que somos».

No tengo más que mirar a mi alrededor, y sobre todo a mí misma, para constatar qué razón tiene el que ha hecho esa afir­mación. A veces pienso que en nada invertimos los seres hu­manos tanto esfuerzo, sagacidad y constancia como en fabri­camos caretas y disfraces que nos presenten ante los demás precisamente como no somos: audaces y libres, cuando en el fondo nos asaltan mil miedos; brillantes, seguros y triunfado­res, a pesar de que nos sintamos perplejos, vacilantes y llenos de frustraciones...

Se lleva el «estar guay» y resulta de mal gusto reconocer pro­blemas, manifestar temores o confesar los propios límites. Hay que lanzarse a la conquista de éxito, dinero, posición social, reconocimiento o fama a cualquier precio y el que no entre en esta carrera competitiva, peor para él: se quedará tirado en la cuneta de los perdedores a quienes todo el mundo deja atrás y olvida.

Así que si oyera hoy a cualquiera declarar: «Dichosos los de corazón pobre», creo que me echaría a reír, lo vería como un extraterrestre y le diría: «¿Pero tú de qué vas, colega?..». Y si no lo hago es porque dicen que es Jesús quien lo dijo y, co­mo no he tenido más remedio que darle la razón en tantas otras cosas, prefiero callarme y ponerme a pensar.

En algún momento pueden deslumbrarme las personas lis­tas y con facilidad de palabra, pero a la hora de la verdad pre­fiero a las que son receptivas y escuchadoras. Valoro mucho los gestos de generosidad, pero me conmueve más ver reac­ciones de agradecimiento. Y, en el fondo, la gente desprendi­da y libre me cae mucho mejor que los que salen en el Hola vestidos por Armani...

Después de llegar a estas conclusiones, reconozco que es­toy impresionada de mí misma: ¿estaré empezando a coincidir con el Evangelio? Se lo he comentado a una amiga y me ha di­cho: -«A lo mejor es que te vas a morir pronto...». Me parece que no se lo voy a contar a nadie más.

 

· En tu oración... Ponte delante de Jesús tal como eres, sin miedo a tu propia pobreza, tus carencias y tus limitaciones. Experimenta la liberación de no tener que ocultar nada de eso, de poder dejar caer ante él cualquier careta, máscara o pretensión. Escucha sus palabras:

-          Dichosos los de corazón pobre, porque de ellos es el reino de los cielos

-          Te bendigo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla

Alégrate de contar con un vacío habitable en el que acogerle a él y a los otros

 

3. Me doy un tiempo para darme cuenta de lo que ha pasado

 

Termino con un Padre Nuestro

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

 

 

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