Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

Inicio

Indice

 

 

Area de Jóvenes: Ejercicios Espirituales 2003-04

 

 

 

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Sangre de Cristo, embriágame.

Agua del costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

Oh buen Jesús, óyeme.

Dentro de tus llagas escóndeme.

No permitas que me aparte de Ti.

 

 

 

Quizá tus problemas sean problemas del alma, es decir, problemas de falta de aliento, de estancamiento en la vida espiritual. Problemas de cansancio, problemas de mediocridad. Entonces tendrás que decir: Alma de Cristo, santifícame.

 

Quizá tus problemas son problemas de cuerpo. Sientes tu cuerpo como estorbo, como dificultad. Sientes en ti la contradicción entre lo que quieres y lo que haces; entre tus deseos y tus realidades. Constatas en tu cuerpo la falta de fuerzas, las limitaciones físicas, la falta de paz y de armonía; la falta de aceptación de ti mismo. Entonces tendrás que decir: Cuerpo de Cristo, sálvame.

 

O son los tuyos problemas de tibieza, de demasiado cálculo en tu vida, de egoísmo; de sentir que no eres malo, pero tampoco bueno. Que te falta generosidad; que te falta mayor compromiso con algo serio; que te falta entrega; que vives calculada y cerebralmente; que eres demasiado frío. Entonces tendrás que decir: Sangre de Cristo, embriágame.

 

O tu problemas es, sencillamente, el pecado. Tus pecados, tus faltas. Tus caídas una y otra vez lo mismo. Problemas de malos hábitos que te condicionan. Problema de tu mentira, de la mentira de tu vida. Problema, quizá, de tu pasado; de un pasado al que te sientes atado y sin poder liberarte de él. Quizá te sientes sucio; quizá te sientes falso. Entonces tendrás que decir: Agua del costado de Cristo, lávame.

 

O son los tuyos problemas de dolor, de dificultades, tanto exteriores como interiores. Tus sentimientos, que no puedes controlar. Tus miedos, tus aburrimientos, tus tristezas... O tus dificultades exteriores, que te vienen de los otros. De los otros, a quienes no puedes cambiar. De tu miedo a sufrir. De no querer salir de tu comodidad, fácil y conocida. Entonces tendrás que decir: Pasión de Cristo, confórtame.

 

O problemas de oración. Quizá precisamente tu mayor problemas sea ése: que tu misma oración se ha vuelto para ti un problema. Porque no crees del todo. No crees a fondo. Porque no sabes rezas. Porque no sientes que Jesús te escuche. Entonces tendrás que decir: Oh buen Jesús, óyeme.

 

O problemas por tu falta de interiorización, de tu superficialidad. Sientes que vives sin profundidad. Que estás demasiado condicionado por las circunstancias; que vives a salto de mata, sin coherencia, que vives demasiado hacia fuera. Entonces tendrás que decir: Dentro de tus llagas escóndeme.

 

O son problemas de afectividad espiritual. Ves claras las cosas, pero no sientes ese empuje afectivo que necesitas para realizarlas. Tienes fe; pero una fe demasiado fría, demasiado racional. Te falta la Persona, te falta el Amigo Jesús, que es quien da calor y sentido a tu vida. Y tal vez recuerdas tu pasado, en donde le sentías más cercano. Y tal vez te das cuenta de que te has ido alejando de Él. Y te has ido quedando en un cristianismo impersonal: sin la Persona de Jesús. Entonces tendrás que decir: No permitas que me aparte de Ti.

 

O, finalmente, tus problemas no son problemas tuyos, sino de tu circunstancia. Sientes el mal, no sólo dentro de ti, sino alrededor de ti. Sientes la tentación del mal. Sientes a los demás aprovechándose en el mal. Te sientes rodeado por el egoísmo de otros y te da miedo “hacer el primo”. Ves que cada uno va a lo suyo. Sientes que hay que espabilarse en esta vida, porque todo está montado ya en el mal, en el prestigio, en el poder, en el tener; y que tú eres débil. Entonces tendrás que decir: Del maligno enemigo defiéndeme.


 

 

Ser tocado

 

“(...) Ser tocado por la Gracia no significa simplemente hacer progresos de orden moral en nuestro combate contra determinados defectos particulares o en nuestras relaciones con los demás.

 

Somos alcanzados por la Gracia cuando nos hallamos sumidos en un gran dolor y presos del desasosiego; nos invade cuando andamos por el oscuro valle de una vida vacía y carente de sentido; cuando sentimos que nuestra separación es más profunda que de costumbre, porque hemos violado otra vida, una vida que amábamos o una vida de la que hemos sido rechazados; nos toca cuando nuestro hastío por nuestro propio ser, nuestra indiferencia, nuestra debilidad, nuestra hostilidad y nuestra falta de dirección y de serenidad han llegado a sernos intolerables; cuando, año tras año, la anhelada perfección de nuestra vida no se realiza; cuando las antiguas compulsiones reinan hoy en nosotros como lo han estado haciendo durante muchas décadas; cuando el desespero destruye toda alegría y toda entereza.

 

A veces, en ese momento, una ola de luz irrumpe en nuestra oscuridad, y es como si una voz nos dijera: “Eres aceptado. Eres aceptado por lo que es mayor que tú y cuyo nombre ignoras”.

 

No preguntes su nombre ahora; quizá lo descubras más adelante. No intentes hacer nada ahora; quizá más adelante hagas mucho. No busques nada, no realices nada, no inicies nada. ¡Simplemente acepta el hecho de que eres aceptado!.

 

Cuando esto nos ocurre, experimentamos lo que es la Gracia. Después de semejante experiencia, tal vez no seamos mejores ni creamos más que antes. Pero todo ha quedado transformado. En ese momento, la Gracia triunfa sobre el pecado, y la reconciliación supera el abismo de la alienación. Y nada se exige para esta experiencia; no se pide más que la aceptación”.

 

 

Inicio

Indice