Parroquia Asunción
de Nuestra Señora de Torrent
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Área de Matrimonio y Familia: Novios, Reuniones Bloque III
PAREJA Y REINO DE DIOS
Ciertamente
muchas parejas creen en Jesús y quieren honradamente seguirlo, colaborando para
construir el Reino de su Padre Dios. Intentamos en este capítulo esclarecer la
relación existente entre la construcción del Reino y la pareja.
Parejas
abiertas
Seguir
el ejemplo de la "Sagrada Familia" es hacer todo lo contrario de lo
que hace ese tipo de pareja que sólo piensa en su propio interés, sin
preocuparse por los sufrimientos de los otros: la aspiración suprema de ésta es
no complicarse la vida, pues su horizonte es vivir lo mejor que se pueda, sin
importar cómo.
A
Jesús, en cambio, el ejemplo de sus padres nunca le encerró en sí mismo. Es
más, la conciencia de su misión le impulsó a dejar su propia casa. Y a partir
de entonces viaja casi continuamente, sin establecerse en ninguno de los sitios
a los que llega. "Este Hombre no tiene ni dónde descansar la
cabeza" (Mt 8,20). En Cafarnaún la gente le insistía "para que
no se fuera de su pueblo. Pero él les dijo: Debo anunciar también en otras
ciudades la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso fui enviado" (Lc 4,42-43).
Cuando
Jesús llama a sus apóstoles, éstos dejan todo para seguirle (Mc 2,14). "Todo
el que deja su casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por
amor de mi nombre recibirá cien veces lo que dejó y tendrá por herencia la vida
eterna" (Mt 19,29).
No
todos están llamados a dejar la propia pareja, pero sí lo están a mantenerse
abiertos a los problemas de los demás. Jesús nos enseña que no debemos limitar
nuestras preocupaciones al pequeño mundo de la pareja.
Debe
haber tiempo para oír la Palabra de Dios, para formarse mejor, para comunicarse
con los demás, para luchar por que el Reino de Dios se haga presente. Esta es
la lección que Jesús dio a Marta cuando ésta presentó su reclamo porque María
estaba sentada escuchándolo: "Señor, ¿no se te da nada que mi hermana
me deje sola para atender? Dile que me ayude. Pero el Señor le respondió:
Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas, sin embargo,
pocas son necesarias, o más bien una sola cosa es necesaria. María escogió la
parte mejor, que no le será quitada"
(Lc 11,40-42).
La
verdadera pareja cristiana enseña a vivir en profundidad el amor mutuo, pero
rompiendo los muros en que instintivamente tiende a encerrarse ese amor. Será
tanto más cristiana la pareja cuanto más vaya dejando de ser exclusiva, cuanto
más vaya queriendo como verdaderos hermanos a los que no lo son. A los prójimos
hay que hacerlos cada vez más próximos; mirándolos a ellos hay que ver a Jesús.
La
dedicación de Jesús al Reino de Dios no quiere decir que descuidó los deberes
para con su madre. Tenemos un indicio claro de que Jesús se preocupó de la
situación de ella cuando en la cruz, poco antes de morir, "al ver a su
madre y junto a ella a su discípulo más querido, dijo a su madre: Mujer, ahí
tienes a tu hijo" (Jn 19,26).
El
hecho de que se insista en el servicio de la pareja a la comunidad no quiere
decir que la comunidad sea una alternativa a la pareja. Porque la pareja
desempeña funciones y tareas que no pueden ser desempeñadas por ningún otro
grupo humano.
La
comunidad es un principio de enriquecimiento humano para la pareja. Porque la
comunidad de fe se construye sobre la base de la libertad y la igualdad entre
todos, con una indispensable dosis de confianza y transparencia. Y cuando la
pareja se abre a la experiencia comunitaria, compartida con otras personas,
entonces, lógicamente, las relaciones humanas se hacen más sanas y más limpias.
Parejas libres para construir el Reino del Padre
Hemos
visto que el Evangelio y la pareja/familia no siempre coinciden . Y no sólo no
coinciden, sino que, incluso, son dos realidades que corren el peligro de
enfrentarse.
En
cierta ocasión "estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus
hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: Oye,
tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo.
Pero
Jesús contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: aquí están mi madre y mis
hermanos. Porque el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es
hermano mío y hermana y madre" (Mt 12,46-50).
Una
cosa resulta clara en este pasaje, a primera vista un tanto extraño: Jesús se
siente más vinculado a su comunidad de discípulos que a su familia humana:
antepone la comunidad a la familia.
Es
que Jesús viene a establecer un nuevo orden de relaciones humanas, basadas
precisamente en que Dios es el Padre de todos y, por consiguiente, todos los
hombres somos hermanos. De esta manera, la familia pasa a segundo término en
las intenciones y preocupaciones de Jesús. El centro es la relación con Dios
como Padre y la relación con todos los hombres como hermanos. Así se comprende
la significación tan honda que tienen aquellas palabras que puso Juan en el
prólogo de su Evangelio:
(La
Palabra) vino a su casa,
pero los suyos
no la acogieron.
En cambio, a
cuantos la recibieron,
los hizo
capaces de hacerse hijos de Dios;
son los que
mantienen la adhesión a su persona.
Y éstos no
nacieron de una sangre cualquiera,
ni por
designio de una carne cualquiera,
ni por
designio de un varón cualquiera,
sino que
nacieron de Dios" (Jn
1,11-13).
No
es ya la pareja, ni el parentesco humano, lo que cuenta en el proyecto de
Jesús, sino la nueva gran familia de los "que mantienen la adhesión a
su persona", con lo que son
"capaces de hacerse hijos de Dios".
Saquemos
algunas conclusiones de estos planteamientos:
1º
- Jesús exige a sus seguidores una libertad total con relación a su propia
pareja. De la misma manera con que Jesús exige a los discípulos vivir libres
con relación al dinero, al poder y al prestigio, igualmente exige también a sus
seguidores una libertad real con relación a todo lo que crea dependencias y
ataduras basadas en los lazos humanos que brotan del afecto exclusivista. Por
eso, Jesús no acepta ni la despedida de los parientes, ni aun siquiera el
entierro del propio padre (Lc 9, 59-62). Por eso también, Jesús no reconoce más
familia que la comunidad de sus seguidores y ni siquiera acepta los elogios que
se hacen a su madre (Mt 12, 46-50).
2º
- La libertad para trabajar por el Reino lleva consigo, inevitablemente,
enfrentamientos, conflictos, odios y rencores, que a veces pueden llegar a
causar la misma muerte. Por eso Jesús habla de la división y las espadas que él
ha venido a introducir en el seno de la familia (Mt 10, 34-37). Jesús anuncia
el odio que va a nacer entre padres e hijos (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a
los suyos que todo el mundo les va a odiar por causa de él.
3º
- Estos conflictos, odios y rencores tienen su explicación en una cosa: el que
quiera seguir a Jesús, tiene que renegar de sí mismo y cargar con su cruz (Mt
10,38; 16,24; Mc 8,34; 10,32; Lc 9,23; Jn 12,26; 13,36-37; 21,19). Es decir, el
que quiera ser creyente de verdad, tiene que renunciar al deseo de acaparar, a
la pasión por dominar y mandar, y a la pretensión por sobresalir y brillar. Y
la experiencia nos enseña que lo que casi toda pareja fomenta es que sus
miembros tengan mucho, que suban todo lo que puedan en la vida y que brillen lo
más posible.
Y
no es que Jesús pretenda que los creyentes sean despreciados u odiados. Es que
él sabe perfectamente que el modelo de sociedad en que vivimos está basado
sobre los pilares del dinero, del poder y del prestigio. Y el que se enfrenta a
esos pilares, como lo hizo Jesús, corre la misma suerte que él corrió. He ahí
el secreto y la explicación del conflicto cristiano entre el Evangelio y la
pareja.
Parejas
llamadas a la santidad
Con
frecuencia se ha pensado que la pareja no está llamada a seguir de cerca a
Jesús. Eso de la perfección cristiana era sólo para los que tenían
"vocación". Para los casados había otro camino: el Evangelio era para
ellos sólo algo remoto, que había que cumplir únicamente en los puntos
imprescindible para salvarse.
Pero
el llamamiento de Jesús a seguirlo es para todos los que dicen tener fe en él.
Y él no solamente llama a cada persona, sino a la pareja y a la sociedad toda.
Si
una pareja quiere ser cristiana ha de estar dispuesta a seguir a Jesús,
viviendo con él, y así continuar en la tierra su actitud ante la vida, su fe en
el Padre Dios, su fraternidad, sus esfuerzos por ir construyendo el Reinado del
Padre, ¿no es acaso eso el matrimonio cristiano?.
La
pareja cristiana trata a todos como hermanos en plano de igualdad; lucha contra
el egoísmo y contra toda clase de avaricia; orienta su vida desde el amor. Su
preocupación central no consiste ya en prosperar, sino en cómo construir
comunidades de hermanos. Los seguidores de Jesús no pueden aceptar nada que
suponga disminución, atropello o supresión de la dignidad de una persona; y
están dispuesto a enfrentarse con los poderes que intenten reprimir, explotar o
manipular esta dignidad.
Este
servir a Dios, haciendo propia la causa del hombre, fue la misión de Jesús. La
gloria de Dios es la dignificación de la persona humana. El quiere a todos los
hombres bajo un único señorío de Dios, como Padre, donde todos vivamos como
hermanos y donde todos nos guiemos por la verdad, la justicia y el amor.
Estos
son los ideales de todo el que quiera seguir a Jesús, sea que se encuentre solo
o acompañado, soltero o casado. Estos deben ser, pues, los ideales que debe
vivir toda pareja que de verdad quiera ser cristiana.
Solamente
situándonos en la perspectiva del Reino podremos comprender el profundo
significado del matrimonio cristiano. Sin la perspectiva del Reino el amor de
la pareja se convierte en un juego solitario sometido al azar de la pasión y de
los sentimentalismos. El amor de la pareja fuera de su contexto humano y
político es un amor reaccionario; es un amor encerrado en sí mismo y, por lo
tanto, un no-amor.
Los
valores del Reino los encontramos sintetizados en las bienaventuranzas (Mt 5,
3-12). Conoceremos algo del Reino a través de los pobres, de los que sufren, de
los que tienen hambre y sed de justicia, de los que prestan ayuda, de los
limpios de corazón, de los que trabajan por la paz, de los que viven
perseguidos por su fidelidad. El amor de la pareja tiene que insertarse ahí, en
el contexto concreto de las bienaventuranzas.
El
matrimonio cristiano tiene que ser compromiso social, y no, como sucede con
frecuencia, tumba en la que se entierra el compromiso. La pareja creyente tiene
como meta el ser feliz haciendo felices a los demás. Casarse cristianamente
supone un compromiso social en pareja.
En
una perspectiva bíblica el matrimonio y la pareja se deben convertir en una
comunidade amor abierto y universal. En el Antiguo Testamento, el matrimonio es
comparado con el amor de Dios hacia su pueblo. Y en el Nuevo, es imagen de la
unión y amor de Cristo con la Iglesia-Humanidad.
El
amor de Dios es integrador, es fuerza que acoge en sí a todos los hombres y de
esta forma crea fraternidad. El amor de Dios está abierto a todos como fuerza
de bien, de bondad, de perdón, de fidelidad... El amor de Dios es Cristo mismo.
Por eso, el matrimonio será imagen de Dios en la medida en que su amor no se
quede en los dos, en la medida en que su amor sea integrador, fuerza abierta a
crear la unidad de la humanidad. Y será también imagen de Dios en la medida en
que su amor sea la fuerza de bien y de bondad que ayude a salvar a los hombres
de sus egoísmos.
Según
lo dicho, el matrimonio no es una meta para lograr unidad y amor de los dos,
sino un punto de partida para llegar a ser unidad que integre y acoja, y amor
que salve. Esta es la meta.
Planteado
así el matrimonio, tendríamos que llegar a la conclusión de que, lejos de ser
la tumba donde mueren y se entierran los grandes y nobles compromisos sociales
y eclesiales... es que al casarme...., debe ser como el generador que crea y
potencia todo compromiso social, pues él mismo es compromiso social. Es la
misma fuerza de la unidad y amor de la pareja la engendradora de tales
compromisos, porque el amor de por sí es abierto, dinámico, creador.
El
matrimonio cristiano no se reduce, pues, a casarse por la Iglesia. Es necesario
casarse para la Iglesia y para el mundo. Lo que fue decisivo para Jesús, debe
serlo también para la pareja que creen en Jesús. Por ello cualquier proyecto de
pareja vivido desde la fe debe estar subordinado a la implantación del Reino de
Dios, tal como lo hizo Jesús.
Preguntas
para el diálogo
1.
¿En qué medida mi pareja está abierta a los problemas de los demás? ¿O estamos
encerrados en nosotros mismos? Seamos sinceros al contestar.
2.
¿Qué hacemos como pareja para ayudar a los demás? No se trata de ayudas
meramente personales, sino de la pareja como tal.
3.
Conversemos sobre la contribución que hacemos como pareja en la construcción
del Reino de Dios. Detallemos el aporte que damos y el que debemos dar.
4.
¿Nos sentimos llamados a la santidad como novios y como pareja? ¿Qué podemos
hacer para que la vocación a la santidad sea en nosotros cada vez más una
realidad?
5.
¿Es Jesús el centro de nuestra pareja? ¿Qué debemos hacer?
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