Parroquia Asunción
de Nuestra Señora de Torrent
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Área de Matrimonio y Familia: Novios, Reuniones Bloque II
SAN
PABLO
Las
cartas de san Pablo son muy ricas en puntos de reflexión, y aun más, en
preciosas sugerencias de vida cristiana: Pablo no hace moralismo, sino que
llama a una vida moral basada en la fe cristiana. Para comprender mejor las
enseñanzas que se pueden extraer para la vida de los novios, es útil tener en
claro que el criterio de juicio de san Pablo siempre es el Señor, la
pertenencia a un “único y solo Señor”.
El bautismo es el momento en que es
conferida a cada uno la salvación, en el que el “hombre viejo” muere al pecado
y contemporáneamente recibe una nueva vida, participando en el misterio pascual
de Cristo. Nueva vida que se manifestará en su plenitud y gloria sólo en el
último día (Col. 3, 3ss.), pero que nos
ha sido dada desde el presente.
El esfuerzo del cristiano,
entonces, consiste en “caminar de manera digna de la vocación a la que ha sido
llamado”, para transformarse en lo que
por gracia ya es. Por esto el “hombre viejo”, que implica la tentación de
construirse en base a las propias fuerzas de manera orgullosa y vanidosa, debe
convertirse en “hombre nuevo”.
El “hombre nuevo”
El “hombre nuevo” utiliza para la
salvación los dones puestos gratuitamente a su disposición por Dios. Las
premisas morales para vivir como “hombre nuevo” (Col. 3, 12-14) son, con
referencia a la experiencia del noviazgo:
a)
La humildad:
reconocer lo que ha sido dado a sí
mismo y a los otros como don y no como posesión, de otro modo se cae en la
idolatría. Quiere decir también recibir a la otra persona en su singularidad,
como un don de Dios.
b)
La mansedumbre:
precisamente porque yo soy don de Dios y lo es también la otra persona, no debo
exagerar en la reanimación de mi persona, sino eliminar aspereza y violencia
para dejar lugar a una vocación en común, la de la esperanza.
c)
La paciencia: es la tolerancia mutua con
amor; no quiere decir resignación, sino
capacidad de ofrecer al otro la posibilidad de expresarse totalmente como don
de Dios. No hay tolerancia cuando se nutre envidia o rencor, cuando se piensa
que el otro no nos deja lugar para la propia realización personal.
d)
El perdón:
es la suprema imitación de Cristo y debe ser gratuito, incondicional (Ef. 4,
32).
e)
La esperanza:
la gracia de Cristo que nos une es más fuerte que aquello que nos divide (el
pecado mío y el del otro). No es necesario resignarse frente a las situaciones
de ruptura, porque la gracia es más fuerte que el pecado. Renunciar a la
esperanza significa pensar que Dios es impotente (Rom. 5, 1-5).
Todo esto se resume para Pablo en
una sola palabra: la caridad.
La
imitación de Cristo
Pablo exhorta a la imitación de
Cristo (Ef. 4, 17-24): si Cristo se convierte en contenido de nuestra mente,
podemos vivir en el Espíritu, en la luz. Solo bajo esta luz podemos dar
nuestros frutos (cfr. Jn. 15, 1-6) para el compañero y para la comunidad. Si,
en cambio, Cristo no es el objeto de nuestros pensamientos, caemos en la
vanidad, en el vacío, en la inconsistencia. Nos parece insuficiente la seguridad
de que Dios nos da y buscamos, entonces, otras referencias, otros amores,
“ídolos” que nos dejan todavía más vacíos. Incluso nuestros razonamientos se
convierten en vanos y estériles.
Al tiempo presente Pablo lo llama kairós, tiempo propicio, oportuno. Cada
momento es portador de gracia y por esto es vivido según la voluntad de Dios
(Ef. 5, 15ss). El “medio” privilegiado indicado por el apóstol para comprender
tal voluntad es la liturgia: vivir la liturgia es una educación para saber
aprovechar el tiempo presente. En los momentos de oración se capta que toda la
jornada es gracia, y ha de ser vivida en acción de gracias.
El noviazgo es el tiempo del
pasaje desde el “rezar solo por propia cuenta” al “rezar (también) entre dos”.
No es un camino fácil: hay pudores que vencer, descubrimientos para hacer,
modos de ser que se han de confrontar. Pero es un camino a cumplir, un
compromiso que no se ha de eludir. Para dos cristianos la oración es una
dimensión fundamental de la vida y no puede ser vivida por la pareja como un
hecho exclusivamente individual: es necesario “hacerse pareja” también en la
oración.
Vivir según el Espíritu
Vivir según el Espíritu quiere
decir crucificar los deseos de la carne (Gál. 5, 16-24). En efecto, la carne es
sede de concupiscencia y pasiones, deseos opuestos a los del Espíritu.
En el lenguaje de Pablo, “carne” y
“espíritu” no representan cuerpo y alma, sino hombre “viejo” y hombre “nuevo”.
La carne no tiene por sí misma un carácter negativo; pero, apenas la vida del
hombre se determina de manera del todo autónoma, resulta ser sin Dios y
contraria a Dios, esto es privada de sentido (2 Cor. 10, 3; Gál. 6,8)
El “hombre nuevo” vive en la
libertad. La libertad cristiana no es licencia: el cuerpo del cristiano es
sagrado porque pertenece al Señor y es templo del Espíritu Santo (Rom. 12,
1ss). Pablo habla de la libertad como don de Dios; el cristiano debe ser
consciente de este gran don y asumir un comportamiento moral en la libertad
(Gál. 5, 1). Libertad no es independencia de todo, sino solo del mal: verdadera
libertad moral es la libertad para el bien. La libertad lleva a completar toda
la ley mediante el amor que Jesús ha anunciado, es decir, a convertirla en
práctica (Gál. 5, 13-14). Está claro lo que esto significa para los novios:
habituarse ya desde ahora a hacerse cada uno “servidor” del otro “en el Señor”.
El amor de
Cristo por la Iglesia
En Ef. 5, 21-23 el Apóstol
recuerda los deberes recíprocos de los esposos. Es un pasaje cuya lectura produce
un cierto disgusto por la presencia de los condicionamientos culturales propios
del tiempo en el que Pablo escribe.
Contrariamente a lo que podría
parecer a primera vista, no es un discurso dirigido solo a los esposos, sino
también a los novios, a los célibes, a todos. En efecto, se habla de la alianza
entre Cristo e Iglesia, los nuevos “Adán” y “Eva”, como resulta de la carta
(cf. v. 32). Cristo es la cabeza de la Iglesia, ha dado su vida por ella, la ha
amado hasta el fin, por ella ha muerto; es la cabeza teológica.
Nosotros somos miembros de su
Cuerpo, por lo que el matrimonio cristiano no es solo una semejanza de la
relación entre Cristo e Iglesia, sino una “participación” de ésta, y es
insertado en esta relación.
Todo esto resulta particularmente
estimulante para quien vive el tiempo del noviazgo: se trata de una
participación en la relación esponsal de Cristo con la Iglesia, si bien con
carismas distintos, más allá del hecho de que el noviazgo lleve o no el don
total, propio del matrimonio.
Una vez más destaquemos cómo para
Pablo es fundamental la pertenencia a un único y solo Señor: es la “dimensión
esponsal” de la fe.
PARA LA REFLEXION Y LA DISCUSION
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Nuestra vocación es llamada a la santidad:
¿sabemos reconocer en la vida de todos los días el plan del Señor?
-
¿Nos esforzamos por captar qué es lo que Dios
pide de nuestra relación de pareja, ahora y para el futuro? (cfr. Ef. 4,1).
-
¿En qué medida los comportamientos hacia el
otro son fruto de la caridad?
(cfr.
1 Cor. 13,1; 7, 13).
-
Como pareja cristiana ¿logramos transformarnos para los demás en
testimonio vivo de un estilo de vida? (cfr. 1Cor. 8, 9-12)
-
¿Consideramos la liturgia como ayuda decisiva
para nuestro crecimiento personal, de pareja y comunitario?
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¿Nuestra libertad se inspira en los modelos que
la sociedad nos propone, o en Cristo? (cfr. 1Cor. 6, 12; Rom. 12,1).
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